Esta pequeña ciudad, antigua capital real, tiene motivos de sobra para haberse convertido en el epicentro turístico de Laos. Belleza arquitectónica, entorno natural impresionante y un marcado misticismo, reflejo de la fuerte tradición budista local.
Luang Prabang es un destino descubierto por el turismo, pero que no ha sido destruido por las masas, al menos durante la temporada de lluvias en la que lo visitamos seguía teniendo ‘pellizco’. Conserva el encanto de los paraísos encontrados, con ese gusto por el detalle y la pausa característico de los lugares especiales, ésos a los que tienes ganas de volver cuando todavía no te has ido. No se trata de una plaza propicia para la aventura, más bien es una invitación a la contemplación, a vivir con relajo y a disfrutar sonriendo, tal como hacen los locales.
Declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, en sus calles se mezcla el estilo colonial francés con la arquitectura budista, rodeada por altas montañas y flanqueada por los ríos Mekong y Nam Khane, cuenta con una ubicación espectacular y una incuestionable belleza. Sin embargo, lo que hace única a la que fuese siglos atrás capital de Laos es su ‘espiritualidad’. Con más de 50 templos repartidos por la ciudad, el budismo está presente a cada paso y pareciera que su aura de tranquilidad impregnase toda Luang Prabang creando una atmósfera irreal y sugerente, como de pequeño cuento.
Ni si quiera en el delicioso mercado nocturno, que se monta a diario cuando cae el sol, se perturba esta tranquilidad. Los vendedores apenas susurraban para captar nuestra atención, siempre con la sonrisa puesta y el gesto amable, compra-venta al estilo Luang Prabang.
En más de una ocasión recordamos nuestras incursiones en los zocos marroquíes, ruidosos, caóticos y repletos de tenaces comerciantes, en las antípodas de este idílico mercado nocturno, donde se puede encontrar desde artesanía local a baratijas varias, todo a muy buen precio. Comprobamos que el regateo no se encuentra las virtudes del pueblo laosiano.
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